19 de diciembre de 2011

¿Qué podemos cambiar? (1)

A lo largo de las últimas semanas se han realizado numerosas reflexiones en los medios de comunicación sobre aquellos aspectos en los que nuestro deporte debería evolucionar para ganar en espectacularidad. Algunas de esas opiniones han expresado la necesidad de mejorar las retransmisiones televisivas o el tratamiento mediático, otras muchas han hecho hincapié en el concepto y el desarrollo del juego y otras cuantas han insistido en abordar un cambio en las normas. Detengámonos en estas últimas.

En primer lugar, deberíamos resaltar la importancia que tiene el conocimiento del reglamento. Si los jugadores de baloncesto resultaran tan aplicados en esta tarea como los jugadores de golf (por poner un ejemplo), su abanico técnico sería mucho más amplio. Bastaría con una lectura detenida de la norma de los pasos para descubrir un puñado de acciones que podrían ejecutar y de las que sacarían una ventaja considerable. En muchos casos, no se llevan a cabo por la creencia extendida de que son ilegales; craso error.

En el caso de los entrenadores, la utilidad es doble: por una parte, resulta fundamental que aquellos que se dedican a la enseñanza de la técnica posean un exhaustivo conocimiento de la norma (no tiene lógica que imparta doctrina sobre las salidas quien no sepa cómo se establece el pie de pivote); y por otra parte, las reglas poseen lo que podríamos denominar limbos jurídicos (o simplemente recovecos) de los que se puede sacar un notable rendimiento. En esa línea, se nos viene a la memoria el nombre de Raúl Ortiz.


El reglamento del baloncesto tiene dos problemas fundamentales: el primero, que está redactado de manera deplorable (traigan un niño de cinco años), y el segundo, que ha sido perfeccionado por la acción (no menos deplorable) de entrenadores superprofesionales y árbitros jubilados de los 90. En este sentido, resulta llamativo (cuando no incomprensible) que en todos los procesos de cambio de normas de los últimos tiempos no hayan intervenido los auténticos protagonistas de esto, los jugadores (en activo, añadimos).

He aquí un caso que ejemplifica a la perfección lo expuesto en el último párrafo: hace unos años, el otrora árbitro de la Liga ACB y ahora gerifalte de la FIBA, Miguelo Betancor, en uno de sus múltiples ratos libres, determinó que si un balón se encaja en la canasta se debe considerar que no ha tocado el aro (con dos). Desde entonces, en todas las pelotas que quedan incrustadas entre el tablero y el aro continúa el tiempo de posesión (siempre que la flecha indique que le corresponde al equipo atacante). A eso se dedica esta gente.

Mientras tanto, el reglamento del baloncesto sigue cobijando términos prehistóricos y de escasa utilidad, como el balón vivo y el balón muerto, las situaciones especiales y los errores rectificables (saltaos esos capítulos, son inservibles). Por contra, apartados como los relativos a los pasos (o como lo llaman ellos, avance ilegal), las faltas o los tiros libres siguen constriñendo el desarrollo de este deporte. Y sobre eso precisamente íbamos a hablar, pero nos hemos ido por las ramas; lo dejaremos para otra día. Fotografía | Contrapunt


MARIO TAMAYO CASTAÑEDA | www.algosemueve.org